Un espacio abierto



Un lugar por el que pasar y, tal vez, quedarse.

miércoles, 22 de enero de 2014

Si alguna vez alguien creyó en algo...




… ese fue Heinrich Schliemann. Para quienes no lo conozcan, él fue el que descubrió las ruinas de Troya y desenterró los tesoros de Micenas. En definitiva, el que situó en la realidad lo que, hasta entonces, sólo había sido un mito: los hechos que se narran en la Iliada y la Odisea.

Schliemann nació en 1822 y aunque se suele decir que era alemán, no es del todo cierto ya que Alemania no existía en aquellos tiempos (hasta 1870 Alemania -al igual que Italia- sólo era un concepto geográfico, no político). Schliemann nació en la belicosa Prusia y vivió en un tiempo histórico convulso (guerras, revoluciones, juegos políticos, industrialización...), aunque a él no le afectó: tenía otros intereses y otros objetivos, también en consonancia con un siglo marcado por los descubrimientos.

Hijo de un pastor protestante, desde muy joven se interesó por el mundo homérico. El propio Heinrich relata en su autobiografía que su padre le regaló un libro de Historia con un grabado que mostraba a Eneas huyendo de Troya cargado con su padre, Anquises, y acompañado de su hijo Ascanio. Le impresionó tanto la imagen que, aunque su padre le aseguró que tal hecho no era histórico sino legendario, él se resistió a creerlo.

Tras la muerte de su madre, el padre de Heinrich se arruinó y él tuvo que ponerse a trabajar en una tienda. Allí conoció a un estudiante que le recitó versos de Homero en griego que le impactaron tanto como el libro que le había regalado su padre, aún cuando todavía no conocía el idioma. A partir de entonces los objetivos de Schliemann serían aprender griego y hacer fortuna para poder buscar Troya. Y consiguió ambas cosas. 

En los años siguientes, Schliemann aprendió no sólo griego, sino otros catorce idiomas más; se casó con una rusa; viajó por todo el mundo, incluso a lugares tan lejanos como América, India o China, aprendiendo cosas nuevas hasta que con 44 años se trasladó a París, donde se matriculó en la Sorbona para estudiar Ciencias de la Antigüedad. Dos años después visitó Grecia por primera vez y fue entonces cuando empezó su verdadera vida: liquidó todos sus negocios (era ya multimillonario) y se dedicó a la arqueología. Como su mujer no quería seguirle en esa aventura, se divorció de ella y encargó a su amigo el obispo de Mantinea que le buscara una mujer griega a la que también interesara la arqueología. Fue así como conoció a Sofía, una joven de 17 años (treinta menos que Schliemann), con la que tuvo dos hijos (Andrómada y Agamenón) y que le acompañó durante el resto de su vida.

Así, a partir de 1868, Heinrich se dedicó por completo a su gran pasión: la Antigüedad Griega. Con la Iliada en la mano empezó a buscar Troya. Tras desechar distintos emplazamientos por falta de coherencia con el texto homérico, empezó a excavar en una colina de Turquía llamada Hissarlik: en 1870 aparecieron distintos niveles de ruinas de una ciudad destruida en repetidas ocasiones. Aunque posteriormente el estrato que Schliemann identificó como la Troya protagonista de La Iliada se ha demostrado que no era el correcto, lo cierto es que encontró la Troya de La Iliada. 



Pero quedaban más sorpresas en esas excavaciones ya que encontró lo que él llamó el "Tesoro de Príamo": un espectacular hallazgo de joyas de oro y otros objetos. Tras adornar y fotografiar a Sofía con las joyas, Schliemann trasladó el Tesoro a Berlín, donde lo depositó en el Museo de Artes y Oficios. Se dice que se lo llevó ilegalmente aunque otros dicen que no: de hecho los turcos le concedieron permisos posteriores para seguir excavando. Tras la invasión rusa de Berlín al finalizar la II Guerra Mundial, el Tesoro de Príamo desapareció del museo berlinés, reapareciendo en Moscú muchos años después, donde sigue actualmente, expuesto en el Museo Pushkin de esa ciudad. Rusia afronta la reclamación de Alemania para su devolución, pero supongo que como todos estos asuntos, será algo que quede sin resolver.

No obstante, la Iliada no acababa en Troya, así que en 1874 Schliemann se trasladó a Grecia donde empezó a excavar buscando las patrias de Agamenón y Menelao (hijos del rey Atreo de Micenas), Ulises (rey de Ítaca), Aquiles (hijo del rey Peleo de Tesalia), Menelao (rey de Esparta)... Y, finalmente, en Micenas, aunque sus ruinas ya eran conocidas -Lord Elgin se había llevado al Museo Británico parte de la fachada del Tesoro de Atreo-, Schliemann encontró de nuevo un gran tesoro, tanto arqueológico como de objetos.

Basándose ahora en la Descripción de Grecia de Pausanias, Schliemann excavó una serie de tumbas reales conocidas como Círculo A, buscando el Tesoro de Agamenón. Y lo encontró. Bueno, quizá no fuera del propio Agamenón, pero ese es un detalle insignificante al lado de la riqueza de las tumbas (con cadáveres y todo) y de los ajuares funerarios que Heinrich encontró allí. Por encima de todo destaca la conocida como Máscara de Agamenón (que, en realidad es unos tres siglos anterior a Agamenón), conservada en el Museo Arqueológico de Atenas.

Pero Schliemann no se paró aquí sino que siguió excavando: Ítaca, Orcómeno, Tirinto, Olimpia, Troya en varias ocasiones más..., aunque ya ningún hallazgo tendría la espectacularidad de lo que ya había encontrado. En 1890, mientras visitaba las ruinas de Pompeya y preparaba una excavación en Cnossos, murió repentinamente. Su colaborador Dörpfeld le dedicó esta frase de despedida: "¡Descansa en paz: ya has hecho bastante!"

Si hay algo por lo que admiro a Schliemann -entre otras muchas cosas- es por su capacidad y su fuerza para perseguir su sueño, su ilusión, su corazonada, siempre con determinación. No importa que, como se ha demostrado posteriormente, no acertara en las atribuciones que hizo de sus hallazgos arqueológicos; lo verdaderamente importante es que gracias a él, a su pasión, a su audacia, a su resolución, se ha podido conocer mejor la edad oscura de la Historia de Grecia, que la ficción a veces esconde posos de realidad y que los sueños no siempre son inalcanzables. 



5 comentarios:

  1. Interesante historia, que como muchas otras marcan la evolución en el saber sobre nuestro pasado. Me ha gustado sobre todo, tu definición final de este personaje: "si hay algo por lo que admiro a Schliemann -entre otras muchas cosas- es por su capacidad y su fuerza para perseguir su sueño, su ilusión, su corazonada, siempre con determinación. Estas virtudes son generalmente la llave para nuestros logros.

    ResponderEliminar
  2. Mayte: Laguna Tranquila soy yo. Darío. Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Darío, me alegro de que te haya gustado. Qué bueno encontrarte por aquí también. Un abrazo enorme.

      Eliminar
  3. Hoy he decidido aventurarme un poco en tus letras y ha sido gratificante. Además de disfrutar, hoy he aprendido cosas ;-) de lo humano y lo mundano... ¡Me gusta! Abrazucu apretadín desde Villa de Rayuela!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Siempre me gustó la Historia Antigua y, sobre todo, la mitología, pero jamás me he atrevido a ir más allá de estudiarlo e intentar aprender de todo lo que nos cuenta. Y es que la mitología en realidad habla de las personas, de sentimientos, de pasiones, de acciones, que aún hoy siguen en el alma de la gente. Cuando descubrí a este personaje, no pude por menos que admirarle, admirar la fuerza y la pasión que puso en buscar los lugares en los que pudo haber ocurrido todo aquello que hemos leído y que pensábamos que eran simples historias inventadas. Para resultar que sí, que quizá fueran inventadas, pero no de la nada, sino de sitios y hechos que existieron. Y claro, ¿cómo no admirar a quien lo deja todo en pos de su sueño?

      Un abrazo, Maga.

      Eliminar