Un espacio abierto



Un lugar por el que pasar y, tal vez, quedarse.

viernes, 10 de enero de 2014

Catarsis




El olor de la tela quemada le resulta más desagradable de lo esperado, pero el contraste del fuego con el negro del tejido hace que se quede mirando absorto como arde una parte de su vida. El crepitar de las llamas decrece al mismo ritmo al que se consumen los hilos, enredados unos con otros, fundiéndose con algún componente de plástico -seguramente el que deja ese olor- en una maraña imposible de descifrar.

Recuerdo el rastro de su perfume anunciando… no sabía el qué. Su voz revelando su boca, entreabierta, augurando… tampoco lo sabía. ¿Tienes fuego? Qué manido suena, lo sé, pero lo cierto es que así comenzó todo. Son tantas las cosas que empiezan de una forma tonta. Y sí, tenía fuego, tuve fuego durante los diez meses en los que ella llenó mucho más de lo que ocupaba. Pero de eso no fui consciente hasta mucho después.

Él ya no se acuerda del color de sus ojos. Son tantas las cosas que ha olvidado. Otras no. El poco tiempo que compartían no leía, apenas comía, sólo dormía cuando ella lo hacía… todo su tiempo era para ella, como si intuyera que llegaría un momento como éste, en el que quemaría todo lo que la traía a su memoria. Rayuela, un cuaderno negro por estrenar, un foulard rojo, sus pendientes, los vaqueros, unas medias olvidadas… está quemando todo lo que ella dejó allí, incluso, las sábanas que sólo usaba cuando dormía con ella. A su memoria vienen aquellos días en los que casi no tenía a tiempo para lavarlas. En los últimos tiempos, apenas si salían del armario.

Aquel primer invierno fue vertiginoso: siempre tuvimos la sensación de que nos robaban el tiempo. Aunque salía a diario con la moto, sólo o con amigos, los fines de semana los exprimíamos juntos. Pero al llegar la primavera, como todos los años, empecé a organizar los viajes a las reuniones moteras: Carapinheira, Taluyers, Hendaya… además de las clásicas en España. Nuestros tiempos se distanciaron, nosotros no. Igual fue difícil para ella; para mí, lo era. Pero no pensábamos, sólo vivíamos el momento, nos perdíamos en el presente, el futuro parecía lejano. Nunca se me ocurrió pensar que un día, simplemente, no habría mañana.

Hace ya un mes desde que ella se fue y él aún cree oír sus pasos leves arrancando quejidos a la madera vieja, ver su silueta recortada por la luz de la noche entrando por el ventanal, notar su hueco en la cama. A veces, algunos amaneceres, en ese punto en el que se funden la vigilia y el sueño, está seguro de sentir su aliento en la nuca. Pero se despierta, y aunque hubiera jurado que las sábanas seguían oliendo a ella, la cama vacía le recuerda que ya no está. Por eso hoy lo quema todo, cree que así podrá deshacerse de su recuerdo. Pero ahora que todo ha ardido, ahora que sabe que no queda nada suyo, sigue sintiéndola sabiendo que no ha servido de nada ese juego catártico destinado a relegarla al olvido.

Estábamos en Müllheim, otro septiembre más. Me había costado irme, ni siquiera me apetecía, pero no podía dejar de hacerlo, siempre lo había hecho. Aunque me moría de ganas de estar con ella, simplemente pensé… la semana siguiente. Habían pasado más de tres desde la última vez que pudimos estar juntos y varios días desde que recibiera el último mensaje. No me extrañó: los problemas de cobertura eran habituales en ruta. Cuando al final llegaron todos los mensajes acumulados, no eran de ella. Ya ni recuerdo quién los envío ni lo que decían. Sólo recuerdo que no llegué a tiempo. Y sé que es absurdo, pero desde entonces la moto se cubre de polvo en el garaje y yo no puedo dejar de pensar que, si hubiera dormido conmigo, quizá sí habría despertado. O quizá, no, pero al menos habría dormido conmigo.

La ventana abierta cambia el olor del pasado quemado por el del frío de la noche. Desnudo, tirita frente a la ventana que cierra lentamente, mientras su mirada se pierde en la nieve de la montaña que una luna llena de invierno, revela con luz clara y fría. Era esa noche perfecta, la que habían soñado tantas veces: madera, luna, nieve, fuego… Sólo faltaba ella, iluminando el negro que nunca más volvería a tener su cama.





3 comentarios:

  1. Una historia triste... seguramente de la melancolía de otro ser humano que perdió el tren antes de tiempo...

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    1. Son tantas las veces que no valoramos lo que tenemos y nos creemos infinitos que lo fácil es que si todo se desvanece en un instante, nos demos cuenta de que no hemos hecho lo que queríamos hacer. Historias tristes, sí, pero... ¿quién no tiene? Gracias Frank, por leerme y dejar tus comentarios. Un abrazo.

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    2. Este realista texto invita a seguir directamente mi lema desde hace muchos años: "Baila como si nadie mirase, vive como si fueras a morir mañana y ama como si jamás fuese a doler".
      Aún así siempre quedarán cosas pendientes o palabras por decir, pero hay que olvidarse de lo que no se hizo puesto que ya pasó y no se puede hacer nada y representa una amargura sin sentido.
      Hay que tomar nota para los que aún tienes y ya está.
      Gracias por compartir.

      Un abrazo.

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