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jueves, 12 de diciembre de 2013

Los orígenes (III)





Lamentablemente, las especies de las que hablé en mi anterior post estaban destinadas a sucumbir también. Los erectus en Asia y los ergaster africanos, habitantes de nichos ecológicos que no sufrieron los grandes cataclismos derivados de las glaciaciones sino tan sólo ajustes del nivel de pluviosidad, sobrevivieron prácticamente hasta su sustitución por Homo sapiens, pero en Europa, las cosas fueron diferentes. Una gran parte de Eurasia (y también de América del Norte, lo que no es relevante para nuestro asunto ya que en el continente americano no había ninguna especie de humanos en esa época) quedó cubierta por el hielo, por lo que la población se concentró en el sur del continente y aún ahí tuvieron que adaptarse a unos fríos inimaginables. El Homo antecessor dejó paso al Homo heidelbergensis y éste al Homo neanderthalensis, siendo estos últimos los únicos europeos autóctonos de verdad, ya que el Homo antecessor era de origen africano; es más, estas dos especies únicamente se desarrollaron en Europa. 



Los heidelbergensis y sobre todo sus sucesores, los neandertales, eran individuos muy robustos y perfectamente adaptados al durísimo clima de la Europa de las glaciaciones. Eran inteligentes y además de desarrollar una tecnología (musteriense) muchísimo más avanzada que la de sus predecesores que requería importantes estrategias de planificación, se cree -tras estudiar sus órganos fonadores y la forma de algunas partes del cráneo, en concreto las que están en contacto con la parte en la que se ubica el control del lenguaje- que tenían capacidad para haber desarrollado un lenguaje articulado, que no necesariamente sería como el nuestro, pero sí que les serviría para transmitir sus pensamientos y emociones. Y es que los neandertales ya tenían un conocimiento o intuición de la muerte y de la trascendencia, lo que se muestra no sólo porque enterraran a sus muertos, sino porque esos enterramientos iban acompañados de rituales funerarios, como ofrendas de flores, de ajuares de objetos o huesos de animales, ceremonias con cráneos manipulados y pigmentos, etc. No sólo eran plenamente conscientes de la diferencia entre la vida y la muerte y del carácter definitivo de esta última, sino que al igual que nosotros, se negaban a creer que todo acabase con el hecho de morir, motivo por el que desarrollaron las ceremonias funerarias y el culto a los muertos. Los Homo sapiens, no contentos con el culto a los muertos, fuimos un poco más allá e inventamos a los dioses.




Pero volviendo a los neandertales, una de las cuestiones más interesantes fue la de su desaparición. No faltan quienes hablan de una extinción masiva a manos de una nueva especie, si no más fuerte (ninguna especie humana, salvo quizá algunos heidelbergensis, ha tenido mayor fortaleza física que los neandertales) sí más efectiva, los Homo sapiens, recién llegados de África y con quienes convivieron varios miles de años, pero no parece que hubiera grandes matanzas de neandertales. Más bien parece que los neandertales se extinguieron porque se vieron relegados a las zonas menos ricas en recursos, ya que las mejores fueron ocupadas por los nuevos pobladores, que traían una tecnología mucho más efectiva y una organización social más cohesionada. Y lo que se ha vuelto a descartar por completo en los últimos estudios arqueológicos y biológicos, es que hubiera ningún tipo de intercambio genético duradero (es decir, que entre los humanos actuales nadie tiene genes de neandertal) entre las dos especies, lo que no significa que no se hubieran apareado entre sí, aunque, por supuesto, sin poder conseguir descendencia fértil.

La llegada de nuestra especie y su expansión por el mundo tendrá que esperar a la siguiente entrega.

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